Quiero compartir con vosotros la experiencia de mi viaje a la India porque sé que muchos estáis deseando ir pero os falta un pequeño empujón. Y por qué no, para aquellos que no irían ni con el vuelo gratis y tal vez tras leer mis aventuras se lo replanteen.
En realidad, dentro del mismo viaje tuve tres diferentes viajes en la India.
Digo famoso porque cualquiera que haya querido conocer más a cerca de esta disciplina, o desarrollarla a nivel profesional, probablemente haya buscado información sobre este curso de formación de profesores.
A nivel personal fue una de las experiencias más importantes de mi vida, una especie de Operación Triunfo del yoga, pero sin salir por la tele.
¡Qué experiencia más intensa! Creo que nunca había llorado tanto de emoción, de alegría, de agradecimiento y hasta de cansancio.
Aprendí un montón de cosas, pero sobre todo a entender qué significa realmente el yoga, que no tiene nada que ver con la idea que nos llega a Occidente.
También entendí que en un curso de 200 horas nadie puede enseñarte a ser profesor. Hace falta mucho más: mucha práctica y muchas horas de leer, estudiar, preguntar e investigar. Pero en vez de sentirme frustrada me sentí fascinada ante a las puertas de un mundo tan inmenso y tan interior a la vez.
Yo lo llamaría «200 horas de introducción al yoga«.
¡Menuda aventura! Y eso que íbamos con un taxista que nos llevaba a todos lados y nos facilitó mucho las cosas. Me vienen a la cabeza imágenes llenas de color, casi todas surrealistas, la mayoría mágicas, algunas aterradoras y en casi todas no podía dar crédito a lo que mis ojos veían.
Todas eran sensaciones que nunca había vivido antes:
Descubrir el Taj Mahal con los ojos de un niño que ve Cortilandia por primera vez.
Dormir en algunos hoteles, tan sucios, que te aguantas el pis hasta el día siguiente para no tocar nada.
Adentrarse en el desierto a las 11 de la noche, en una carreta tirada por un camello para dormir al raso, solo con unas mantitas, el camello y su dueño.
Y levantarte al amanecer para cantar sobre una duna El Rey León mientras pasaban unos antílopes.
Comer muy rico en «restaurantes» de carretera con alguna rata alrededor y convencerte a ti mismo de que no pasa nada.
Intentar devolver algo del amor y el cariño con el que los niños salen de sus casas, corriendo, solo para saludarte, sonreirte, para que te hagas una foto con ellos… Y sentirte como si fueras Madonna.
Tocar el tambor en la calle, durante una hora, con un grupo de adolescentes y niños, llenos de ilusión por enseñarte y para que les sigas en Instagram.
Es todo muy surrealista. Puede que sean pobres pero las mujeres visten hermosos vestidos, los hombres coloridos turbantes y grandes bigotes.
¡Y las carreteras son puro espectáculo!
Ya le gustaría a Broadway ser una carretera de la India. Pasean vacas, cabras, ovejas, camellos, cerdos, perros, pavos, búfalos, lagartos… No circulan, pasean.
Hay coches, motos, carros, carromatos, carritos de helado, tractores, bicis… Y la carga es tan surrealista (familias enteras en motos, institutos enteros en coches, la cosecha del año sobre un tractorcillo…) que podría seguir enumerando cosas durante horas. Pero eso sí, lo tienen todo controlado.
Yo iba ojiplática intentando sacar fotos mentales de todo, para no olvidarlo.
Fue un tiempo de asimilar, de vivir desde la calma y de observar el día a día de la gente de allí.
Aprendí sobre los sadhus, pasé horas mirando del Ganges y paseé por las montañas en busca de cascadas, encontrando cacas de elefante y hasta huellas de tigre. Visité templos, di muchas clases de yoga y me llené de la energía de los Hare Krishna y de paz en el centro de meditación de Osho.
Conviví con familias, alimenté a las vaquitas y aprendí a defender mi merienda ante los descarados monos.
Te planteas la sencillez con la que vive la gente, su sonrisa eterna y (aparentemente) su ausencia de problemas. Y piensas en la vida que llevamos nosotros, siempre inconformistas, preocupados, frustrados o enfadados porque queremos lo del vecino, porque trabajamos demasiado y porque “no tenemos” tiempo para disfrutar con los nuestros.
Ellos son felices con su huerto, sus vacas, su cabrita, sus bendiciones y sus tardes de cháchara viendo atardecer sobre los tejados. No necesitan nada más.
Dicen que la India cambia a quien la visita. Yo te sugiero que viajes, sin expectativas ni miedos y que te hagas tu propia idea sobre este maravilloso país. Y que luego nos cuentes tu historia.
También que viajes, a este país o a cualquier otro, ya que viajar te llena el alma, te hace ver con perspectiva y elimina prejuicios. Y, si además puedes practicar yoga y aprender de maestros de diferentes partes del mundo, tienes el plan perfecto.
Yo ya estoy deseando que llegue el momento para mi próximo viaje. A la India por supuesto.
Simplemente me encanta.
Felicidades por tan bonito blog…. me encanta la historia. Mucha suerte bonita
Me encanta cómo cuentas tú viaje. Por un momento he regresado a la India ♥️
Fue genial compartir la primera y sobre todo la tercera parte de mi viaje contigo. ¡Solo nos imagino muertas de risa, y por cualquier cosa!
Que bien escribes Laura!
Me encanta ??????